Las imágenes de Reencarnación Tovar, "El Diablo", se oscurecen mientras se escucha de fondo los últimos truenos de un tambor endemoniado. El documental se ha acabado. La luz de la sala se enciende y el director invita a Margarita Sabino -nombre que acabo de inventar pues no recuerdo el verdadero- para que hable sobre su experiencia con El Diablo; fue ella quien facilitó mucho del material audiovisual utilizado. Ella dice, entre varios halagos y la confidencia de una lagrima pronta por la conmoción, que le parece incompleto el documental. En el material que le entregó a su sobrino, el director, habían muchas cosas: Reencarnación (ella nunca quiso decirle El Diablo) había sido curandero, profesor, casi un sabio.
"Él nos contaba historias sobre su juventud, sobre conocidos a los que les cortaban la cabeza con un machete -decía orgullosa Margarita Sabino-. Reencarnación se daba cuenta de lo vieja que era la violencia en nuestro país. Aún así, estaba siempre alegre y atento para brindar alegría a través de su música a quien veía desdichado. Él siempre logró sobrepasar con buena actitud la sangre derramada: es un ejemplo a seguir"
Por un momento dejó de lado a Reencarnación y su magnifica música para analizar el sentido de esa última frase de la señora:
El alma humana tiene la capacidad de sobrepasar la sangre que se ha derramado desde siempre... por los mismos humanos.
¿Será en esta "buena actitud", en esta capacidad de olvido, de seleccionar los recuerdos y guardarlos en la historia (la caja vieja que se aleja a la vida del hombre que aún camina), donde encuentra resguardo la maldad del hombre? Pues, o así lo pienso, el olvido es el único que realmente perdona.
No, no era con buena actitud con que El Diablo aliviaba los corazones tristes, era con su hacer, con sus manos y su tambor reencarnado.
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