Estaba yo caminando entre la veinticuatro y quince, uno de los callejones menos claros de esta ciudad, cuando la vi. La confundí con una vieja amante, por lo que me le acerqué con alegría y decisión, pero una vez estuve más cerca caí en el error: cierto, la mirada es parecida, con esos ojos que pueden cortar las tinieblas y ver los matices de las sombras, pero la sonrisa, esa sonrisa relajada y resuelta, decidida desde el principio a algo que incluso ella ignoraba, fue la que me indicó que estaba frente a una desconocida.
Ya era tarde para arrepentimientos, mí precipitada mano ya había tocado su hombro y su mirada se torno hacia mi alma desnuda, desprevenida y avergonzada.
- Hola, ¿puedo ayudarte en algo? -dije con mi mejor voz de anfitrión, sonriendo para disimular la sorpresa- Es fácil saber que no eres de acá. Aunque bueno, ese es un criterio a veces engaños…
No me interrumpió, pero tampoco me dejo continuar: simplemente sonrió con dulzura, volvió su mirada hacia la acera y dejó que una de las voces de su sombra hablara por ella, la presentara, la incluyera, de cierta manera que aún no descubro, en parte de esta pequeña ciudad.
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Por Concepción Bados Ciria
María Teresa León Goyri (Logroño 1903-Majadahonda 1988). Nacida en Logroño, en el seno de una familia burguesa, su infancia quedó marcada por los desplazamientos de su padre, un militar de alto rango. Vivió en distintas capitales españolas y en su estancia en Madrid se vio expuesta a la influencia del ambiente librepensador que frecuentaba la familia de su tía materna María Goyri, casada con Ramón Méndez Pidal. Fue en Burgos donde María Teresa comenzó su tarea de escritora, primero de cuentos infantiles y entre 1921 y 1926 como periodista para el Diario de Burgos. En 1929 se trasladó definitivamente a Madrid y publicó sus primeras obras: Cuentos para soñar y La bella del mal amor. Ese mismo año, María Teresa —que mantenía excelentes relaciones con diferentes miembros de
Defensora a ultranza de
El pequeño grupo que se llamó Guerrillas del Teatro obedecía a las circunstancias de guerra. Fue nuestra pequeña guerra... Participaríamos en la epopeya del pueblo español desde nuestro ángulo de combatientes... Nuestros guerrilleros eran soldados. Todos éramos soldados. Teníamos nuestra ración de pan. ¡Pan cuando Madrid apenas comía! Y cantábamos... Cantábamos para sacudirnos el miedo. Nadie se figurará el miedo que sentíamos al escribir las letras de canciones sobre las mesas de un café cualquiera, refugiados mientras nos bombardeaban... Caían impunemente bombas sobre Madrid y nuestro refugio era cantar (Memoria de la melancolía, 1970: 39).
Sin duda alguna, León fue la gran militante de la cultura, una auténtica revolucionaria, para la cual, el teatro como expresión artística ayudaba al ser humano a reflexionar, a formarse, a sentir y a consolarse de las miserias de la vida. Así lo aclaró en un artículo publicado en la revista El Mono azul, en
Con el triunfo franquista, llegó el exilio para María Teresa y Rafael Alberti. El doloroso periplo que los condujo a Francia, Argentina y Roma concluyó —tras la legalización del Partido Comunista— con el regreso a España, en 1977, de la pareja. María Teresa era ya, para entonces, víctima de la enfermedad de Alzheimer y los últimos años de su vida los pasó en una residencia de Majadahonda, Madrid, donde murió el 14 de diciembre de 1988.
(1) María Teresa León. Memoria de la melancolía. Buenos Aires, Losada: 1970.
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Cuando su sombra dejó de hablar, ella volvió a mirarme, satisfecha de notar que su historia me había impresionado. Me hizo saber -de manera que aún no descubro, pues su voz es un misterio para mí- que esperaba a otros del tiempo de donde ella había venido: Ciudadela Edad de Plata
- Luego -le contesté con sinceridad-. Si son varios, seguro que los encontraré de nuevo.
Sonrió, y con un corto beso me dijo que la recordara.
Ya inventaremos un tiempo para escucharnos la voz, pensé, y sonreí con decisión, mientras seguía mi caminar por las calles de esta ciudad.
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