“Hola papá. Parece que lo de los papeles va bien.
Gracias.
Dale, toma un poco de sake, con confianza.
Perdona que no te esté hablando en japonés. Mi madre me contó que no te iba muy bien con nuestro idioma, que te hacías entender mejor con gestos y sonrisas. Viejo verde que sos, ¿eh? Conquistar a una joven latina, hermosa y difícil, con unas cuantas miradas y un puñado de palabras mal pronunciadas. Supongo que te ayudó el encanto extranjero. Por mi parte ya he visto un par de jóvenes japonesas curiosas por mi aspecto, y hace dos noches sí que le saqué provecho... Ni te la imaginas papá… Pero acá no soy del todo un extraño: cuando se fijan mejor, las mujeres pueden notar algo familiar. No faltaba más, algo debía tener de ti, aunque fuese muy poco: una sutil pincelada, inmersa y casi imperceptible.
Aunque nunca te vi, siempre que me observaba al espejo te odiaba un poco más. Sin resentimientos viejo, dale, tomemos un poco más de sake. Salud. Te voy a explicar por qué te odiaba al mirarme al espejo: nunca noté nada que nos emparentara, nunca vi la pincelada, pero mamá sí. Siempre me dijo que teníamos los mismos ojos. Pero mamá, si el debe tener los ojos rasgados, siempre cerrados, y mira como puedo abrir los míos; le decía, a veces bromeando, a veces molesto. Mijo, es algo en la mirada, no en los ojos; me respondía ella siempre sonriente. Supongo que para reconocer esas cosas son mejores las mujeres, igual usted nunca quiso dejarnos una foto, así que para mí muy duro saberlo. ¡Por eso, por eso es que lo odie tanto! Y apretaba mi puño con tanta fuerza, y mordía mis labios al verme al espejo, por eso…
Perdón. Perdón papá, no estoy reaccionando bien. Debo calmarme, los doctores todo el tiempo me lo dicen. Uno podría pensar que dentro en un mes ya no tendré que preocuparme por eso, pero es más sano estar calmado… Dale, tomate esta copa de sake con migo. Es un licor delicioso, tal vez compre un par de botellas para llevar… Viejo, no te imaginas lo duro que fue para mí hacer este viaje. Pero lo hice también para limpiarme de rencores, y así va a ser.
Sabes, ahora que te veo, ahí todo serio, pero a la vez medio sonriente, pienso que mamá tal vez tenía razón. A mí también se me dibuja esa sonrisa irónica cuando estoy pensando. ¡Va para otra copa de sake!, pero esta vez que sea por mamá. ¿Te puedo contar secreto?: Ella nunca dejo de quererte. Ya no como antes, obviamente; no es ingenua, sabe que ni en el otro mundo se van a encontrar de nuevo. Pero siempre me reprendió por odiarte. Fue idea de ella, su último deseo, que viniera a verte.
Es una lástima, murió tan joven…
…Oye, ¡fue tan difícil dar con vos! Las pocas cartas que escribiste no daban buena pista. Incluso se me cruzó por la cabeza que usabas nombre falso, y así fue todo el tiempo, ¿o no? Tu esposa fue quien nos dijo dónde estabas, después de encontrar por casualidad, entre unos papeles de oficina que iban a ser reciclados, las cartas que mi madre te había enviado. Sí, ella sabe sobre nosotros. No te preocupes, tampoco ella está molesta. Dime, ¿qué es lo que tienes viejo para que las mujeres te sigan queriendo, aunque las engañes y abandones? No, mejor no me lo digas, no quiero ser como tú. No quiero arriesgarme a despertar esa clase de emociones.
Sin resentimientos papá, ya no te odio. ¿Cómo podría?, después de todo lo que me vas a ayudar, aunque apuesto que nunca imaginaste que lo harías.
Tu esposa me está ayudando con el papeleo y las pruebas. Es duro entendernos, pero me las arreglo con señas y con unas cuantas palabras en japonés que he ido aprendiendo.
Vamos papá, tomate esta última copa de sake conmigo. Así se supone que es, ¿no cierto? Comida y sake para los difuntos. Tenía que agradecerte de alguna manera.
Fue una suerte que para cuando llegué no hubiera nadie compatible con tu sangre; muchas gracias por el corazón papá, fue un placer conocerte.
Acá te dejo el resto del sake para que te lo tomes cuando quieras, ya que no quisiste levantarte a tomar una copa conmigo. Descansa tranquilo.”
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