Son las cinco de la tarde. Es hora del almuerzo, ¿o era el desayuno? No hay golpes de suerte ni indígenas gringos. Miro el cielo y pienso en aves de entonado canto, pero mis bolsillos están llenos de polillas y lobos hambrientos: sólo dos cruces se levantan en el desierto sobrevivientes de la invasión. Será invocar el poder de dos chamanes, y esperar con ellos lo que la luna le traiga a este hijo fiel de los dioses nocturnos.
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