El doctor sostenía a contra luz la lámina oscura; con el contraste, las manchas blancas brillaban dejando ver nubes que para mí eran indescifrables, pero que él miraba con cierto detenimiento desde hacia unos cuantos segundos.
-Tiene usted hongos en la cabeza -dijo el doctor bajando la lámina.
-¿Hongos?
-Sí, hongos.
-Pero yo quiero un gusano. Me han dicho que son buenos lectores. Excelentes para la literatura. Varios de mis amigos quieren tener uno. Incluso algunos han intentado con gusanos de tierra, de esos que se usan de carnada. Creo que uno de ellos ya lo tiene, pero él...
-Yo no sé nada de literatura -me interrumpió el doctor de manera hosca-. Pero sé que se encuentran en el Parque Nacional Tinigua, que son muy difíciles de extraer, y para nada saludables.
Noté entonces sobre el escritorio una revista Soho abierta en el sonso artículo de donde, sabía yo, había sacado el dato. Es extraña la manera en la que actúa la inteligencia de un hombre, pensé, evitando dudar sobre las capacidad del hombre que aún sostenía las imágenes a blanco y azul de mi cerebro.
-Tiene usted hongos en el cerebro -continuó diciendo-. Eso explica las continuas alucinaciones.
-Entonces, ¿es usted el mismo hombre de la oficina de ayer, el de las asignaciones?
-¿Le parezco el mismo?
Intenté recordar mis apuntes, me sentí incluso tentado a sacar el cuaderno, pero recordé que ni aquel hombre ni este tenían descripción alguna.
- Ve -continuó diciendo el doctor con cierto tono sarcástico-, la pregunta que me acaba de hacer es evidencia suficiente: usted tiene hongos en la cabeza. No es un hombre inteligente, simplemente alucina.
No me sorprendía el comentario del doctor. Ya lo había sospechado, pero no pude evitar sentirme mal por la desilusión, y esta se hizo evidente.
- Mire -me dijo el doctor suavizando el tono en un obvio intento de hacerme sentir mejor-, usted no puede controlar eso. En cualquier momento dice locuras de las que apenas si es consciente. Alguien que lo escuche podría encontrar algún indicio de iluminación en sus palabras, y podrían considerarlo brillante. Pero, por su propio bien, no se engañe, usted no tiene la menor idea de lo que ha dicho; ha actuado a través de los hongos. Si lo prefiere, no se lo confiese a los demás, puede que nunca descubran la verdad.
Cuando termino de decir esto, el doctor puso amigablemente su mano en mi hombro; sus intentos por mejorar mi animo habían resultado contrarios, y me sentí incómodo por el contacto. Me alejé, creo que de manera demasiado brusca, pues la expresión del doctor volvió a ser huraña.
-¿Puede sacarlos?
-No -contestó-. Ya han echado raíz.
¿Los hongos echan raíz?, me pregunté, pero no expresé mi duda pues no creí que estuviera tratando el especialista indicado.
Me despedí amablemente; el doctor me contestó con un simple movimiento de cabeza. Al salir, vi que volvía a su revista con sumo interés, observándola de manera que me pareció mucho más profunda de lo que había analizado mis radiografías.
Debo cambiar de doctor, pensé, y cerré la puerta tras de mí.
Que largo el post de hoy.
ResponderEliminarNecesito cerveza, hay que alimentar los hongos.
¡¡¡Tiene hongos en la cabeza!!! sí, sí, jajajaj así lo dijiste...
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