sábado, 23 de mayo de 2009

Cuando seamos viejos


Los violines dan paso al chelo, mientras el saxo espera su entrada y los otros instrumentos acompañan la suave melodía. Sentados en las sillas de plástico, que reemplazan las bancas de madera donde los feligreses se sientan en un día normal de sermón, están los espectadores esparcidos por el lugar en parejas o pequeños grupos. Viejos en su mayoría, en su gran mayoría, escuchan el concierto, más dormidos que despiertos.

- Gracias por acompañarme -le dice ella-. Sé que no es el tipo de plan que te gusta, así que muchas gracias.

- No hay de qué. Igual, cuando seamos viejos podemos venir a cosas como estas -dice él.

- Sí -responde ella con una dulce sonrisa comercial.

A él le gusta cuando ella sonríe, no importa si es sincera o no esta sonrisa. Le gusta aquella sonrisa y aquella mujer, con la que vive desde hace cinco años, y que reencontró después de treinta, cuando su cabellera negra no estaba cubierta de lánguida nieve y las arrugas no enmarcaban su sonrisa, su siempre hermosa sonrisa.

- Sí, claro que sí -repite ella, pero él ya no recuerda lo que preguntó. Vuelve su vista hacia el escenario, se acomoda como mejor puede en la silla de plástico, y se deja contagiar por la placida sensación del ensueño.




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3 comentarios:

  1. Buenísimo Alejandro, me vi reflejando allí en esa mística Sala de Conciertos de la Luis Ángel Arango, abrazos. Angelo.

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  2. No le veo un cierre a la historia a lo estocada de toro. Me pareció plano, sin sobresaltos.

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  3. Como dirían los artistas modernos: "Es experimental"
    Y lo es. Tienes razón, no hay en sí un clímax o conflicto.
    Es más un experimento, un salto temporal en un parpadeo. Obviamente, poco logrado.
    Gracias por la sinceridad de su comentario.

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