jueves, 16 de abril de 2009

Hamburguesas



-Una hamburguesa doble con queso, por favor.

-¡Maria, doble con queso! -gritó el pecoso cajero asomado por entre la ventana de la cocina.

Maria ya estaba harta de hacer hamburguesas. Los trozos de carne chirreaban en la plancha como gritándole que huyera de allí. Se empinó para intentar ver el calido sol a través de la ventana, pero lo único que veía era la espalda del pecoso cajero. Se sentía prisionera, obligada a hacer comida rápida para pagar su crimen. El crimen de tener que defenderse sola. El crimen de estar sola.

El olor de la carne a medio quemarse la despertó de sus pensamientos.

Su sentencia debía seguir siempre un orden: sobre el primer pan, dos hojas de lechuga, luego una rebanada de carne (con queso derretido encima para este caso) y dos rodajas de tomate; después van las salsas.

Se empinó de nuevo para intentar ver el sol.

-¿¡Dónde está la hamburguesa que te pedí!? -preguntó la pecosa cabeza que apareció flotando por la ventana.

Era momento de poner las salsas: dos de tomate, dos de mayonesa y una de mostaza. Ella seguía pensando en el sol, y estaba un poco molesta por el tono pedante del pecoso. Así que, en un arrebato de rebeldía e inspiración, dibujó con las salsas un gigante sol en la carne. Cerró la hamburguesa y la entregó al enfadado cajero.

- Mira a ver si la próxima te apresuras más, niña -dijo él; pero ella no lo escuchaba.

Estaba feliz. Aquel amotinamiento secreto, aquella ruptura de la norma era lo que necesitaba para darse un aire de libertad en medio de la condena. El resto del día dibujó soles en todas las hamburguesas, sencillas, dobles, con queso, con pollo, sin lechuga... Quería compartir con todos su alegría. Quería que todos, ese día, se comieran el sol en pequeños bocados de comida rápida.

Al día siguiente el cielo estaba oscuro, todo cubierto de nubes.

-Extraño. Es una ciudad calida, y este tipo de tormentas no son muy comunes- le dijo una señora a otra mientras esperaban sus dos hamburguesas light. Maria, en la cocina, miraba con los ojos muy abiertos la carne molida baja en calorías. ¿Podría ser? Se preguntaba y negaba con la cabeza para quitarse la absurda idea de la cabeza.

Pasaron dos días más, y el sol no se veía por ninguna parte.

¡Ok, basta ya!, se dijo Maria al cuarto día.

Decidiendo que esa sería la única manera de demostrarse que ella no tenía nada que ver con lo que ocurría, durante ese día le dio de comer a todo el mundo nubes en sus hamburguesas. Dibujó nubes con forma de perro, con forma de peluche, o con ninguna forma aparente, pero con cualquier forma posible. Dibujó cúmulos, altostratus y cirrus. Dibujó nubes de medio día, hechas con mucha mayonesa; y nubes de atardecer, sólo con mostaza y tomate.

Al siguiente día (tal y como lo había predicho el grupo meteorológico) en el cielo no había un sola nube.

Maria estaba radiante. Tanto su trabajo como su vida entera brillaban con un resplandor que sólo lo dan los grandes propósitos.

Dibujaba carros para quienes veía llegar cansados de caminar; aviones, para los niños soñadores; bastones de caramelo, para los ancianos sonrientes. Eso sí, nunca más volvió a intentar jugar con el clima. Tampoco intentó comerse ella una hamburguesa que estuviera dibujada, pues, como persona insegura, pensaba que sólo ayudando a los demás podría ayudarse a si misma.

Pero, después de un tiempo, incluso aquello del poder comenzó a volverse monótono. La tristeza de la soledad amenazaba con aparecer de nuevo en su rutina. No quería otra vez lo mismo; no quería de vuelta su vieja nostalgia vestida de harapos.

Un día, sintiéndose inspirada por la voz de uno de los clientes, cogió decidida la salsa de tomate. Respiró profundo ante la pechuga a la plancha ya sobre el pan. Reunió todo el valor que había en su ser y, moviéndose con rapidez, dibujó su corazón apretando con fuerza el tarro. Con los ojos cerrados cerró la hamburguesa y la entregó por la ventana.

Se quedó quieta y en silencio. ¿Qué había hecho? ¿Entregar así su corazón, a cualquiera, a un desconocido con voz profunda? Se asomo para ver quién era, pero ya no había nadie allí. No sabía que hacer. Quería conocer a quien se había llevado la hamburguesa de pollo con porción extra de corazón. Salió a la barra de compras y le preguntó al pecoso que quién había hecho el pedido.

- ¿Qué haces aquí? Bah! Eres muy extraña. Fue ese, el gordo de allá. Un hombre gigantesco que se dirigía con pesados pasos hacia la salida, mientras se rascaba su gordo trasero con aparente placer, era quien había pedido la hamburguesa de pollo. Maria estaba aterrada.

- Pero el muy idiota no se la llevó. -continuó diciendo el cajero - Dijo que la había pedido sin salsa de tomate. Pero nunca l....

- ¿Qué hiciste con la hamburguesa? - no se sentía aliviada. El pecoso solía tirar las hamburguesas que devolvían, y ante la idea de que una rata o una cucaracha se enamoraran de ella, la imagen del hombre gordo rascándose le parecía idílica.

- ¿Qué demoni...- no terminó de preguntar, pues vio en Maria una gran preocupación; aunque no la entendía. -Se la di al chico nuevo, el de la freidora; parece que el pobre diablo nunca come. ¡Ahora vuelve a tu trabajo, loca!

No terminó de hablar, cuando ya Maria había entrado en la cocina. Allí estaba: joven, flaco, muy flaco, con la hamburguesa de pollo a medio comer en una mano, mientras con la otra escribía pequeñas palabras con las papas crudas, justo antes de sumergirlas en la freidora.




Cuento protegido por la Dirección Nacional de Derechos de Autor
Cuento ganador del II Concurso Nacional de Cuento

5 comentarios:

  1. Buen cuento Alejandro.

    Al final creo que debía decir: ... en las papas crudas. ¿Será?

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  2. puede de ser... lo consideraré.
    Muchas gracias por tu comentario.

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  3. Alejandro del carajo el hilar de la historia, aunque mantiene al lector con suspenso total en la trama de las hamburguesas existe una esencia mística en el amor de las manos de María, con este cuento me recuerdas a mi antigua novia la muy berrinchuda se largo con un chef de comida argentina y solo basto con que la muy ¡boluda! Probara su sazón para erradicar este amor que todavía le tengo. Ah para el final decir aún la amo. Saludos, Angelo.

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  4. Me gusta, tiene magia. Es curioso, porque al principio no me estaba llamando para nada la atención y luego se compuso...
    Saludos compañero esporádico de bus ;) Nos vemos en el taller.

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  5. grandioso...que bueno soñar así...

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