viernes, 27 de marzo de 2009

Nada, así comienza.


Iba caminando por un callejón oscuro iluminado apenas por una lámpara que parpadeaba incapaz de mantener la vigilia.

- Siempre es un callejón oscuro -dice con desdé el hombre de sombrero de ala ancha.
- Es verdad. ¿Entonces que prefieres? -le pregunté.
- Qué tal un amplio campo acariciado por la suave brisa.
- Mejor un oscuro valle abrazado por la neblina, que en su misterio y su capricho nada dejaba ver al viajero.
- Pero unos pasos más allá la pálida silueta de un edificio gigante comenzaba a dibujarse en el blanco e inalterable horizonte.
- Y que sea el edificio una ciudad.
- ¿Una ciudad alrededor de un castillo?
- No, un castillo que es ciudad. Cada habitación es a su vez un callejón, un parque, una casa...
- Casa sin puertas, pues cada puerta lleva a otro lugar, un lugar que es distinto al anterior y distinto al que se esperaba encontrar.
- Sería difícil salir de allí.
- Pocos lo han logrado, pero igual regresan pues olvidan que también en el jardín las puertas son puertas.
- Demasiado laberíntico. No me gusta; es difícil navegar en un laberinto.
- ¿Prefieres entonces el inmenso mar?
- No, por hoy dejaremos que sea un callejón oscuro.
- Será callejón, pero no será oscuro, y punto.

Iba caminando por callejones oscuros, ya acostumbrado a aquella penumbra con que se cobijan las noches de la ciudad, cuando, sin darse cuenta, abstraído por sus pensamientos, entró en un callejón iluminado con tanta fuerza que parecía una fractura de la noche, un pedazo del día que se había perdido de su propio tiempo. Los vapores (¿de dónde provenían esos vapores?) le daban además una sensación irregular al espacio, como si desde allí el callejón dejara de ser callejón para convertirse en un valle inundado por la niebla. Retrocedió sobre sus pasos intentando escapar del gobierno de aquella lámpara inusual. Retrocedió, despacio, temeroso de perderse, temeroso de ser incapaz luego de volver a su cálida ciudad de fríos y oscuros callejones.

1 comentario: